martes, 7 de julio de 2009

UNA DE SUS OBRAS EL VERANO BODAS DE ALBERT CAMUS


Ya no hay desiertos, ya no hay islas. Su necesidad, sin embargo, se hace sentir. Para comprender el mundo es preciso a veces apartarse de él; para servir mejor a los hombres tenerlos un momento a distancia… La paciencia de un verdadero aficionado no tiene límites…

El hombre, en medio de esta cantera, ataca a la piedra de frente. Y olvidando por un instante la dura esclavitud que hace posible ese trabajo, no puede menos que admirar. Esas piedras arrancadas a la montaña sirven al hombre en sus designios. Se acumulan bajo las primeras olas, emergen poco a a poco y se ordenan por fin siguiendo una escollera, pronto cubierta de hombres y de máquinas, que avanzan, día tras día, internándose en el mar. Sin salir de su sitio, enormes mandíbulas de acero escarban el vientre del acantilado, giran sobre sí mismas y van a vaciar al agua su exceso de cascotes. A medida que el frente de la cornisa desciende, la costa entera gana terreno irresistiblemente sobre el mar.

Claro está, no es posible destruir la piedra. Tan sólo se la cambia de lugar. De todas maneras, dura más que los hombres que la utilizan. Pero por el momento, sustenta su voluntad de acción. Esto mismo es sin duda inútil. Pero cambiar las cosas de lugar es el trabajo del hombre: es preciso escoger entre hacer esto o nada (Nota a Pie de página del autor: Este ensayo trata de cierta tentación. Es preciso haberla conocido. Después, es posible obrar, o no obrar, pero con conocimiento de causa).-

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